Imaginen una empresa.
Imaginen una reunión en una sala del edificio que la representara. Imaginen
que, tras tomar asiento, quienes allí hubieran sido convocados y convocadas
procedieran a silenciar sus dispositivos telefónicos para así anular cualquier
posible perturbación. Imaginen ahora que, tras ello, quienes allí estuvieran,
procedieran a introducir sus dispositivos telefónicos en bolsillos o carteras o
bolsos por el tiempo que la reunión fuera a durar.
Mas imaginen que una de las
asistentes a la reunión no hiciera acto de ese último paso - probablemente
anunciado - y depositara el dispositivo telefónico sobre la mesa que marcaría
el centro de la sala. Y más: imaginen que el dispositivo telefónico no hubiera
sido tan sólo silenciado - como probablemente hubiera anunciado - sino que la
aplicación Grabadora de voz hubiera sido activada para secretamente
registrar las palabras, las intervenciones de la personas allí congregadas.
Imaginen a la mujer asistente
desconcertada en el transcurso de la reunión ante los contenidos y las
opiniones expresadas y ante las decisiones y las conclusiones resueltas;
desconcertada en el contraste con lo defendido en el libro de estilo de la
empresa. Libro de estilo que sería público. Imagínenla descubriendo que habría
otro libro de estilo, privado, que sería la esencia del
libro público. Y que la lealtad al libro público ha de pasar primero por la
lealtad al libro privado.
Imaginen finalmente a la mujer que
habría asistido a la reunión observando señaladamente el dispositivo telefónico
ante sí, ..., en él gestándose los archivos sonoros como en una víspera de
alumbramiento.
Como en una
víspera de Revelación.
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