Consanguinidad.
Era siempre uno. Un espectro. Cada
vez. Las visitas diferenciaban la división de los días, mas nunca la del sueño.
El hombre creyó primero que súbitos se revelaban; mas en una inusual espera halló
que, acaso intangibles, algún hábito o memoria guiaban hasta la puerta de la
habitación y en otra inercia su umbral transponían. Unos nunca desambiguaban la
figura erguida; brevemente recorrían la estancia y regresaban a la puerta,
donde no se demoraban. Otras representaban empujar hasta el ventanal un imaginado
sillón, para detenerse después y alterar entonces el contorno hasta aparecer en
aquél sentadas.
El hombre sólo encontraba a los
espectros en una habitación. Apenas insinuó su noticia a quienes con él habitaban
la casa. Otros espectros fueron y serían percibidos por los demás residentes, quienes
a su vez apenas insinuarían su noticia. Los habitantes de la casa creyeron que no
eran observados por los espectros. Creencia equivalente fue la de los
espectros; para éstos, eran los habitantes espectros, diferentes, siempre, en
la impresión de uno solo.
Más disposiciones compartieron
habitantes y espectros: la ausencia del asombro, o del desconcierto, ante los
visitantes. O la esperanza.
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© Protegido.
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