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sábado, 23 de febrero de 2019

Joachim Schwabing - Historia de la Literatura.



Historia de la Literatura.


 Observado desde fuera. Descripción.

 El caserón se izaba en el extremo más iluminado del pasaje, no lejos de la escarpada caída. Las arboledas desatendidas acuciaban sus greñas en el intento vanidoso, mas fallido, de la sola atención. Tablones resquebrajados y rectificados, por la humedad sucios, parecían cegar ventanales y puertas. Sólo la entrada principal había permanecido sin cubrir; el hierro que creaba los batientes se mancillaba en una carnosa cadena cruzada cuya percusión desconocida heriría el color como un rocío regular. Una escalinata suficientemente despojada de losetas derrumbaba cualquier pretensión de aproximación; por encima, el tejado inclinado manejaba la sinonimia desiderativa de la escalinata.

 Descripción y tedio.

 Quien hasta allí llegara dejó de escribir y, permaneciendo sentado sobre la tierra, guardó el pliego de papeles que había estado usando. Observaba la fachada del caserón y desescribía el texto que mórbido hallaba. La descripción mentía y negaba adecuación a un tiempo.

 Al borde del acantilado, al final del sendero, amenazaba la presencia de la mansión. Imposible la ocultación tras el bosquecillo seco. Observando la construcción, se destacaban las maltratadas tablas que ocultaban todas las entradas y salidas; excepto una, la del portón frontal, ofensivamente sujeta por los gruesos eslabones de una decisión que despellejaba su color primero. Pero antes de ella, la breve escalera desnudada de sus baldosas; después y arriba, la cubierta también rechazaba la atracción.

 Desescribía. Pero la aprensión de no haber escrito en primer término y la de la correspondencia de los textos. También podía en otra correspondencia desescribirse el último escrito.

 Sobre las rocas y el mar, a través de las pestañas escuetamente frondosas del bosque, desvalidas miraban las ventanas de la casona. Sola, la entrada se aherrojaba ante los profanadores de soledad. Ya el suelo de los peldaños los impugnaba, igualmente amenazantes los visibles techos. 

 Este texto desescribía al anterior. Y al anterior. Mas todos se desescribían entre sí porque todos lo hacían ya mientras se producían, percibida su noticia en una pausa, en su recelo o sospecha. Así, los textos estaban desescritos. Quien recibiera cualquiera de ellos lo desescribiría a su vez, en la producción que la recepción distrae en cristalización; ésta lo fijaría y lo haría rotar en el eje de una acumulación que la metáfora llama raíz o memoria, y cuya pobreza u orientación sustituiría propiamente el texto desescrito recibido, sin renovarlo. Pues todo texto es siempre nuevo.

 Este texto desescribía al anterior. Y al anterior. Mas todos se desescribían entre sí porque todos lo hacían ya mientras se producían, percibida su noticia en una pausa, en su recelo o sospecha. Así, los textos estaban desescritos. Quien recibiera cualquiera de ellos lo desescribiría a su vez, en la producción que la recepción distrae en cristalización; ésta lo fijaría y lo haría rotar en el eje de una acumulación que la metáfora llama raíz o memoria, y cuya pobreza u orientación sustituiría propiamente el texto desescrito recibido, sin renovarlo. Pues todo texto es siempre nuevo. 

 Este texto peleaba ahora su propio cristal. La transparencia era abrumadora en su incapacidad de atrapar los haces de luz aunque hábil se mostrara para convocarlos en una desviación absoluta. La certeza entonces de habitar una luz y de producir él un cristal para estar inmerso en ella. Como una aspiración confirmadora – confesadora – de derrota cuyo contento es, solo, una victoria.

 Quien permanecía sobre la tierra observando la fachada de aquella construcción en madera hallaba que el texto es un cálculo de todo cuanto no puede afirmarse, que lo labrado propone acabamiento, que la decisión se revela imposible entre los haces de la selección, que lo labrado y su fijeza invitan la urdimbre de la decisión. Que no hay resultado tal, que la generación es la constante. Que la trascendencia de la grafía es el asidero de la ausencia de intervención.

 Sufrían los ramas las ráfagas salinas que el precipicio ascendían acosando la pérdida de la alta casa de madera cuyos accesos obtusos no libraban al principal de un candado como un cruz; los pasos que hasta él subían, el alero que restaba, disuasores mostraban sus escamas sembradas cerca del camino.

 Fue el horror en la arquitectura. Un muerto como un héroe.

 Que el cristal es todo lo que se tiene.

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© Protegido.

viernes, 15 de febrero de 2019

Joachim Schwabing - Metástasis de la metáfora.




Metástasis de la metáfora.

 Resonó el timbre del teléfono en el salón principal y descendió por las escaleras hasta él. Levantó el auricular, saludó y esperó. La familiaridad del sonido de la voz condujo pronto la identificación de que era su propia voz. Pronto también identificó como suyo el contenido que la voz canalizaba.

 El solo habitante del caserón destruyó el teléfono, retiró los cables que lo conectaban, cegó ventanas y puertas y se dispuso al hambre que lo consumió rodeado de voces.





© Protegido.


viernes, 17 de agosto de 2018

Joachim Schwabing - Fin de tedio.



Fin de tedio.

 Estimado Señor.


 Me dirijo a usted en la seguridad de que va a recordarme.

 No conocimos en la Estación Principal del Este, hace sólo unos días. Usted tomaría el mismo tren que yo y su destino sería la misma ciudad desde donde remito urgentemente las presentes palabras. Soy el viajero de la gabardina, a quien usted se dirigió interesado en el motivo de vestirla en un compartimento donde claramente no hacía frío. Estaba usted en lo cierto, la vestía mas no hacía frío. Le sonreí como respuesta y usted entendió – y entendió bien – que yo recibí su asalto afablemente; creo que fue por ésta mi reacción que usted aceptaría grata mi presencia.

 Durante las siguientes horas, usted y yo intercambiamos pareceres primero, complicidades después y, finalmente, sucesos y ocasiones de nuestras respectivas biografías. Pero sólo usted compartió impresiones respecto a estas últimas. Su esposa, su hija, una vez disipada la emoción de la novedad, alargaban sus días en tedio; ambas acumulaban sobre su paciencia anécdotas cuyas previsibles historias sólo variaban nombres y lugares y tiempos. El hastío calmaba su punción cuando usted o ellas partían y se separaban; la sola imagen del regreso a su compañía la traían de vuelta. Cuando nos despedimos en la estación, un apretón de manos significó un compromiso. El mío. Su petición había resonado clara.

 Esperé a que usted pudiera dejar de verme y le seguí. Me deshice de mis ropas identitarias y le seguí. Unos días. Sus relatos confirmaron sus rutinas.

 No hace mucho que he dejado su casa. Su esposa y su hija me han abierto la puerta y, confiadas en una expresión de amistad falsamente confirmada en ciertos detalles que de usted he dado, me han dejado pasar. Le he rogado a su esposa que le llamara a usted por teléfono para comunicar mi visita; cuando se ha girado hacia el teléfono, he golpeado a su hija en la cara y se ha desmayado. Su esposa, al escuchar el ruido, se ha girado de nuevo hacia mí y también he tenido que reducirla. Ninguna ha gritado. Nadie lo ha oído.

 Su esposa yace en el dormitorio. Su hija, en la bañera del aseo común. Aquélla está amordazada y atada a los maderos de la cama. Le falta un ojo; no ha sangrado mucho, pero su aspecto es aparatoso. El ojo está ocultado en la casa. Está desvanecida; no ha vuelto en sí siquiera cuando he grabado unas palabras en sus mejillas. En cuanto a su hija, no tiene posibilidad de moverse o gritar en la bañera; ya averiguará usted por qué. El agua de los grifos corre sin pausa, pero no rápidamente. He taponado el desagüe, de modo que la niña se ahogará o no, dependiendo del tiempo que usted tarde en llegar al apartamento.

 En adelante, se acabó el tedio. Desde este instante. La visión de su mujer y de su hija, marcadas y mutiladas por un amistoso desconocido, acaso la visión de su hija muerta, hará perdurar en sus días la aprensión que ya ha brotado en usted, visión que ya ha comenzado a ser un recuerdo y su emoción. El sufrimiento es enemigo de la apatía. Espero que dificulte su sueño. Espero que también lo consiga cada imagen de y cada palabra hablada con este desconocido del tren a quien usted halagó con su atención. Y esta carta. Además, se confirmará la bondad del propósito de estos mis actos si usted decide buscarme, a lo cual le animo. Comience buscando el ojo de su esposa, acaso haya yo cometido el error de dejar algún testimonio que permita rastrearme. Lo que es probable.

 Sin otro particular, me despido, deseando que no esté leyendo esta última línea y haya salido al hallazgo de su familia.   


 Atentamente.

 Su querido servidor.


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© Protegido.



lunes, 30 de julio de 2018

Joachim Schwabing - Subestima del oleaje.



Subestima del oleaje.

 Temía el dolor, al dolor. Lo explicaba en la carta que depositó a la vista en el suelo de la habitación. Escritas en el sobre, unas palabras solicitaban cualquier intento para despertarme.

 Moriría en el sueño. Océanos de dolor y su angustia.

 No despertaría más.


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© Protegido


martes, 24 de julio de 2018

Joachim Schwabing - Eídōlon.



Eídōlon.


 La joven mujer se encontró ante la estatua. 

 Los sacerdotes prohibían la presencia de soldados alrededor del templo durante ese ciclo y cada fiel se encontraría en su aposento. Sólo las niñas podían subir la escalinata comenzado el tiempo de la noche y, sin tocarlo, depositar en el último peldaño la ofrenda a la vista del primer guardián de piedra. La mujer alcanzaría el oratorio sin más obstáculo que el distinto recuerdo de las distintas narraciones oídas a las ancianas y que referían la distribución de las estancias. 

 Ningún guardián consintió su tránsito o la detuvo. Observaba la última estatua. El último guardián, el dios. Los rasgos en la piedra apenas diferían de los del primer guardián y, en la grávida familiaridad compartida, esperó. Los sacerdotes afirmaban que el primer guardián asentía en el cambio de las sombras: cuando regresaban de su retiro, recogían el ya purificado ofrecimiento, descalzados sobre el último peldaño y examinaban la aparición de la aprobación en el rostro. Sólo después cruzaban el umbral de la jaula de columnas para alcanzar aquel oratorio que ahora también contenía a la mujer.

 La luz apenas insistía su presencia en el reducido aposento. En los extremos de su breve paso, el dios era una sospecha y su presagio. La mujer no había dispuesto el sueño y la expectación iba a crecer aterida; la obstinación de ese frío negó la sensibilidad del cansancio y la oposición. Fijando la mirada en el guardián, la mujer no volvería a dormir, y en esa irreconocible seducción que hacía cabal la aspiración, percibió un cambio como un movimiento. 

 La cabeza de la estatua giró.

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 Se cerró el ciclo. Ante los fragmentos de la talla desmoronada, los sacerdotes encontraron una mujer muerta, en pie, su cuerpo reproduciendo simétrico el gesto que del dios conocieran. En el pronto rumor de los fieles regresados, los sacerdotes no temieron. Como una pregunta, sólo después escribirían que la piedra era ahora carne y mujer. Mas para ningún lector.

 La hornacina apenas resguardaba el cadáver y en otros ciclos se endurecería. En un tacto se promovieron nuevas narraciones. Ninguna hablaba de una niña que fue mujer y que en la presencia del primer dios murió de arrobo ahíta. Así cubrió la piedra las losas: discípulo de los sacerdotes, dios solo, descubrió por una sombra que aquéllos ocultadores le enseñaban. Y en la súbita belleza, el dios se resquebrajó. 

 Los sacerdotes guardaron discretos los restos que compusieran la estatua, desconociendo que dos cadáveres habían hallado.




© Protegido

miércoles, 27 de junio de 2018

Nueva edición de Extenuación por la Implacable Sosa, de Joaquín C. Plana, en bubok.es


Extenuación por la Implacable Sosa, Volumen II de CUEVA DE ILOTAS EXÁNIMES.



Imaginen una empresa y su tarea de producción. Imaginen que necesitara de beneficios,y de reputación.
Imaginen que tal empresa pudiera clasificarse bajo las palabras colegio privado y que fueran niños y niñas los medios para aquellos beneficios y aquella reputación. Imaginen que tales niños y niñas fueran, pues, un producto.

 Recoge los textos clasificados como Imaginen ... XVI - XXIX, más Empresas: valles de los caídos en el blog joaquinplana.wordpress.com ...


miércoles, 9 de mayo de 2018

Joachim Schwabing - Arquitectura del suicidio.



Arquitectura del suicidio.


 Observó la pared y reflexionó una decoración. El resto de la habitación se calculaba en una sobria elegancia y la mujer consideró que su reflejo sería aquel adorno.

 Así apareció el espejo que toda una pared cubrió. 

 La marca de la ocurrencia en la solución atraería después, pronto, el hábito ordenado de la visita, hábito que obró la llegada de otros enseres. Los nuevos moradores aprobaban con su presencia la resolución de su aparición y fue así que su causante comenzó a descuidar otras estancias por la moldeada bienvenida de la habitación duplicada.

 Fue luego el juego, la variación posicional de los objetos, la embriaguez de cada nueva articulación repetida en la luz que los batientes de la puerta y las ventanas permitían alojar, circular, reimaginando aristas y volúmenes en la transición de las horas. Mas fue también el destello de lo no variante percibido, la inmovilidad de la puerta y la ventana, su permisividad engañadora, ocultadora.

 El brillo quedó registrado; la variación no era conductiva, no era más que la habitación una y otra vez. El ámbito estaba cerrado; la alteración, la actualización, no posibilitaba la salida del reflejo. También la mujer variaría en la imagen. Se percibía espacial en ella. Interior. Allí. En una habitación cuya puerta, cuyas ventanas, eran inaccesibles, ella estaba.

 Pronto comenzó a permanecer en la habitación cuyas aberturas eran intransitables. Fue así como dejó de aparecer, como desapareció el reflejo,

 En la unicidad ignorada, en la inercia llamada voluntad, la mujer no conoció que no abandonaría la habitación. Apenas la desazón del hambre que emanó intransferible y por ello tolerada.

 Devorada de sí misma, dejó de latir. Plana su tumba.

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© Protegido.