Mostrando entradas con la etiqueta joaquin plana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta joaquin plana. Mostrar todas las entradas

sábado, 4 de julio de 2020

Albert Sans - The castaways.




The castaways.


  He had read in the books that there were islands where castaways lived. That they were alone and that they ended up feeling alone. That they went mad, that their hope wavered. And that if they had glass jars with a stopper, and writing materials, they would throw one of those into the sea with a letter asking for help and offering an approximate location between sunrise and sunset.


  So he wrote the message We'll find you. I send you warm hug, my friend., put it in a glass bottle and, after plugging it, ran to the river and threw it far into the stream.


  And it was when he was no longer reading about castaways that, sitting on the bank of that river, he observed in the brief waves an unusual reflection that seemed to approach and recognized by it a glass bottle that floated towards where he was. And, reaching it, he got rid of the stopper to extract from the inside the same message that was entrusted to the waters, but written by a different hand.


——

© Protected.

viernes, 17 de agosto de 2018

Joachim Schwabing - Fin de tedio.



Fin de tedio.

 Estimado Señor.


 Me dirijo a usted en la seguridad de que va a recordarme.

 No conocimos en la Estación Principal del Este, hace sólo unos días. Usted tomaría el mismo tren que yo y su destino sería la misma ciudad desde donde remito urgentemente las presentes palabras. Soy el viajero de la gabardina, a quien usted se dirigió interesado en el motivo de vestirla en un compartimento donde claramente no hacía frío. Estaba usted en lo cierto, la vestía mas no hacía frío. Le sonreí como respuesta y usted entendió – y entendió bien – que yo recibí su asalto afablemente; creo que fue por ésta mi reacción que usted aceptaría grata mi presencia.

 Durante las siguientes horas, usted y yo intercambiamos pareceres primero, complicidades después y, finalmente, sucesos y ocasiones de nuestras respectivas biografías. Pero sólo usted compartió impresiones respecto a estas últimas. Su esposa, su hija, una vez disipada la emoción de la novedad, alargaban sus días en tedio; ambas acumulaban sobre su paciencia anécdotas cuyas previsibles historias sólo variaban nombres y lugares y tiempos. El hastío calmaba su punción cuando usted o ellas partían y se separaban; la sola imagen del regreso a su compañía la traían de vuelta. Cuando nos despedimos en la estación, un apretón de manos significó un compromiso. El mío. Su petición había resonado clara.

 Esperé a que usted pudiera dejar de verme y le seguí. Me deshice de mis ropas identitarias y le seguí. Unos días. Sus relatos confirmaron sus rutinas.

 No hace mucho que he dejado su casa. Su esposa y su hija me han abierto la puerta y, confiadas en una expresión de amistad falsamente confirmada en ciertos detalles que de usted he dado, me han dejado pasar. Le he rogado a su esposa que le llamara a usted por teléfono para comunicar mi visita; cuando se ha girado hacia el teléfono, he golpeado a su hija en la cara y se ha desmayado. Su esposa, al escuchar el ruido, se ha girado de nuevo hacia mí y también he tenido que reducirla. Ninguna ha gritado. Nadie lo ha oído.

 Su esposa yace en el dormitorio. Su hija, en la bañera del aseo común. Aquélla está amordazada y atada a los maderos de la cama. Le falta un ojo; no ha sangrado mucho, pero su aspecto es aparatoso. El ojo está ocultado en la casa. Está desvanecida; no ha vuelto en sí siquiera cuando he grabado unas palabras en sus mejillas. En cuanto a su hija, no tiene posibilidad de moverse o gritar en la bañera; ya averiguará usted por qué. El agua de los grifos corre sin pausa, pero no rápidamente. He taponado el desagüe, de modo que la niña se ahogará o no, dependiendo del tiempo que usted tarde en llegar al apartamento.

 En adelante, se acabó el tedio. Desde este instante. La visión de su mujer y de su hija, marcadas y mutiladas por un amistoso desconocido, acaso la visión de su hija muerta, hará perdurar en sus días la aprensión que ya ha brotado en usted, visión que ya ha comenzado a ser un recuerdo y su emoción. El sufrimiento es enemigo de la apatía. Espero que dificulte su sueño. Espero que también lo consiga cada imagen de y cada palabra hablada con este desconocido del tren a quien usted halagó con su atención. Y esta carta. Además, se confirmará la bondad del propósito de estos mis actos si usted decide buscarme, a lo cual le animo. Comience buscando el ojo de su esposa, acaso haya yo cometido el error de dejar algún testimonio que permita rastrearme. Lo que es probable.

 Sin otro particular, me despido, deseando que no esté leyendo esta última línea y haya salido al hallazgo de su familia.   


 Atentamente.

 Su querido servidor.


----

© Protegido.



martes, 24 de julio de 2018

Joachim Schwabing - Eídōlon.



Eídōlon.


 La joven mujer se encontró ante la estatua. 

 Los sacerdotes prohibían la presencia de soldados alrededor del templo durante ese ciclo y cada fiel se encontraría en su aposento. Sólo las niñas podían subir la escalinata comenzado el tiempo de la noche y, sin tocarlo, depositar en el último peldaño la ofrenda a la vista del primer guardián de piedra. La mujer alcanzaría el oratorio sin más obstáculo que el distinto recuerdo de las distintas narraciones oídas a las ancianas y que referían la distribución de las estancias. 

 Ningún guardián consintió su tránsito o la detuvo. Observaba la última estatua. El último guardián, el dios. Los rasgos en la piedra apenas diferían de los del primer guardián y, en la grávida familiaridad compartida, esperó. Los sacerdotes afirmaban que el primer guardián asentía en el cambio de las sombras: cuando regresaban de su retiro, recogían el ya purificado ofrecimiento, descalzados sobre el último peldaño y examinaban la aparición de la aprobación en el rostro. Sólo después cruzaban el umbral de la jaula de columnas para alcanzar aquel oratorio que ahora también contenía a la mujer.

 La luz apenas insistía su presencia en el reducido aposento. En los extremos de su breve paso, el dios era una sospecha y su presagio. La mujer no había dispuesto el sueño y la expectación iba a crecer aterida; la obstinación de ese frío negó la sensibilidad del cansancio y la oposición. Fijando la mirada en el guardián, la mujer no volvería a dormir, y en esa irreconocible seducción que hacía cabal la aspiración, percibió un cambio como un movimiento. 

 La cabeza de la estatua giró.

----

 Se cerró el ciclo. Ante los fragmentos de la talla desmoronada, los sacerdotes encontraron una mujer muerta, en pie, su cuerpo reproduciendo simétrico el gesto que del dios conocieran. En el pronto rumor de los fieles regresados, los sacerdotes no temieron. Como una pregunta, sólo después escribirían que la piedra era ahora carne y mujer. Mas para ningún lector.

 La hornacina apenas resguardaba el cadáver y en otros ciclos se endurecería. En un tacto se promovieron nuevas narraciones. Ninguna hablaba de una niña que fue mujer y que en la presencia del primer dios murió de arrobo ahíta. Así cubrió la piedra las losas: discípulo de los sacerdotes, dios solo, descubrió por una sombra que aquéllos ocultadores le enseñaban. Y en la súbita belleza, el dios se resquebrajó. 

 Los sacerdotes guardaron discretos los restos que compusieran la estatua, desconociendo que dos cadáveres habían hallado.




© Protegido

miércoles, 9 de mayo de 2018

Joachim Schwabing - Arquitectura del suicidio.



Arquitectura del suicidio.


 Observó la pared y reflexionó una decoración. El resto de la habitación se calculaba en una sobria elegancia y la mujer consideró que su reflejo sería aquel adorno.

 Así apareció el espejo que toda una pared cubrió. 

 La marca de la ocurrencia en la solución atraería después, pronto, el hábito ordenado de la visita, hábito que obró la llegada de otros enseres. Los nuevos moradores aprobaban con su presencia la resolución de su aparición y fue así que su causante comenzó a descuidar otras estancias por la moldeada bienvenida de la habitación duplicada.

 Fue luego el juego, la variación posicional de los objetos, la embriaguez de cada nueva articulación repetida en la luz que los batientes de la puerta y las ventanas permitían alojar, circular, reimaginando aristas y volúmenes en la transición de las horas. Mas fue también el destello de lo no variante percibido, la inmovilidad de la puerta y la ventana, su permisividad engañadora, ocultadora.

 El brillo quedó registrado; la variación no era conductiva, no era más que la habitación una y otra vez. El ámbito estaba cerrado; la alteración, la actualización, no posibilitaba la salida del reflejo. También la mujer variaría en la imagen. Se percibía espacial en ella. Interior. Allí. En una habitación cuya puerta, cuyas ventanas, eran inaccesibles, ella estaba.

 Pronto comenzó a permanecer en la habitación cuyas aberturas eran intransitables. Fue así como dejó de aparecer, como desapareció el reflejo,

 En la unicidad ignorada, en la inercia llamada voluntad, la mujer no conoció que no abandonaría la habitación. Apenas la desazón del hambre que emanó intransferible y por ello tolerada.

 Devorada de sí misma, dejó de latir. Plana su tumba.

----
© Protegido.

jueves, 19 de abril de 2018

Joachim Schwabing - Acunar los crujidos.


Acunar los crujidos.

 Sentada en el extremo del corredor, acuna crujidos. Inclina y oculta la boca entre las rodillas y mastica, pero sabemos que no come. Reconocemos en la pulsación de los cabellos que duerme; el hombre que nos la devolvió nos observó en el instante que sus brazos dejaban de sostenerla y su indulgencia halló la nuestra. No habló. Tampoco ella. Aún. Sólo nos escupe astillas blancuzcas si le preguntamos; sólo, pues algo más se acumula bajo las piernas encogidas, algo que asociamos a chasquidos y al espasmo de la sombra que sobre la esquina se proyecta.

 Hoy encontramos la imagen del hombre en un periódico, acompañada por la información de un número. Mas nuestra hija no incluida en él.

----

© Protegido.


lunes, 16 de abril de 2018

George C. de Lantenac - Spinoza.

George C. de Lantenac – Spinoza.

Spinoza.
El muchacho entró en la cámara y se detuvo. Habló, sin volver a dejar cerrado el portón.
– ¿ Me ha reclamado ?
El anciano, en pie, ante la luna del mueble, ofrecía un perfil al recién llegado.
– Has cambiado – le respondió, atento a la imagen ante él -.
—-
George C. de Lantenac, Spinoza, obra desconocida. Texto completo. Se reproduce con el expreso consentimiento del traductor del mismo al Español, Albert Sans.

viernes, 1 de diciembre de 2017

George C. de Lantenac - La esencia como apelación del autoritarismo al autoritarismo: el discurso hipostático.




La esencia como apelación del autoritarismo al autoritarismo: el discurso hipostático.


 Apelar a la naturaleza es apelar a lo fijo y a lo variable finito o controlable. En ella, y a diferencia de la semilla, la sangre o la raíz, la esencia es más literaria, no meramente una comprensión desplazada. La esencia es un vacío como un dios que no responde cuando es interpelado: ha de llenarse, y se llena del contenido de lo experimentado y de su emoción. Ello necesita de una creencia previa: la de la individualidad. Así, lo abstracto se ha concretado en un concepto; lo único separado pero accesible y permeable: una mónada sociable. Tal dialéctica de lo uno entre todos, supura lo distinto: el tirano crece romántico e infantil.

 Así, apelar a la esencia es apelar a la salvación de un ámbito llamado yo. Donde el individuo sólo es una percepción, un flujo aquietado para un uso de orden en el reconocimiento – constructo de la otredad–, aparece la aspiración al imperio del yo atenido a otro concepto: el de la mismidad. La mediada adhesión al reflejo crea la propiedad, y la propiedad conlleva una responsabilidad. Ahí surge la salvación: nada más propio que esas emociones que crean un marco. La esencia se acaba por limitar: yo soy la esencia. En su fundación, el límite-yo-esencia no es sinónimo de defensa: es la defensa misma.

 Quien apela a la esencia, así, apela al contra todo y todos que no sean esos sentimientos. Se invita a la voracidad, a la competencia. Es el triunfo de la religión de la individualidad personificada – Capitalismo, Cristianismo –: el ser humano individualizado da contenido al dios y lo define. Es la religión del dios-yo cuando la esencia tiene tantas definiciones como experiencias distintas le dan referencia.

 Por ello, teman a quien remita a la esencia: es un sacerdote que apunta a la responsabilidad de ustedes en relación a una idea no identificable sólo perceptible en la convicción, la cual crea identidad o individuo. Y ustedes serán manipulables, manufacturables, moldeables, pues algo que es porque se dice que es, puede ser cualquier cosa. Y ustedes serán útiles de un propósito que creerán propio, pero que depende de un plan previo.

 Huyan de los rectores de la esencia: buscan su disolución en la uniformidad de la militancia, de la feligresía. No les quieren diferentes o libres, pues la libertad no cabe en el límite, a menos que sea un concepto. Sólo quieren que crean en una diferencia o una libertad.

 El número de creyentes confirmará razón al plan y la razón del plan organizará su lógica. Latiranía del yo es ahora compartida en la común creencia en la esencia: la comunidad se ha establecido, la evidencia permea todo hábito. Lo autoritario tiene patente de corso.

 Autoritarismo: estructura de su fe.         






 La reproducción del texto de George C. de Lantenac se realiza con el expreso consentimiento del traductor de la obra Ensayo sobre la Muerte de Jesús de Nazareth, Albert Sans.


miércoles, 5 de julio de 2017

Joaquín C. Plana - Cueva de Ilotas Exánimes.


 Cueva de Ilotas Exánimes, nueva publicación en formato e-book. 
 Recoge los textos clasificados como Imaginen ... en el blog joaquinplana.wordpress.com ...


Descarga gratuita y segura en estos enlaces:

bubok.es/libros/251852/Cueva-de-Ilotas-Exanimes
espanol.free-ebooks.net/ebook/Cueva-de-Ilotas-Exanimes
lulu.com/shop/joaquín-c-plana/cueva-de-ilotas-exánimes/ebook/product-23241026.html