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viernes, 10 de noviembre de 2023

Albert Sans - El recuerdo.

El recuerdo.


 La muchacha se sentaba frente al tocador con más frecuencia. Enferma, apenas conocería el polen y su brisa cálida. Palidecía, disipándose. Amigas y mujeres de la familia encomiaban, sin embargo, el aspecto lozano, la mirada rutilante. Y, allí sentada, la muchacha no podría negarlo. 

 

 Una mañana de la incipiente primavera la muchacha dejó de respirar y lívida y consumida fue envuelta en un sudario por su madre y su hermana. La muchacha no supo que murió y tal diríase el significado de un críptico epitafio. Tampoco supo que el tocador frente al cual se sentaba no disponía un espejo ante ella sino un cristal y que la imagen que había contemplado era la de su hermana, sentada frente a un tocador idéntico en un idéntico dormitorio.

 

 Memoria de polen y brisa.


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© Albert Sans. El texto se reproduce con el expreso consentimiento del autor.





lunes, 3 de octubre de 2022

Joachim Schwabing - Las hojas del árbol.


Las hojas del árbol.


 Fue mamá. El cuerpo crucificado en lo alto del árbol.


 Desapareció. Papá me explicó que algunos árboles producen el líquido rojizo que de las hojas goteaba. Cuando llueve rojo por la greda, como durante estos días …


 Nada dije, nada sabía que podía decir, al comisario, a los gendarmes.


 Papá desapareció también y fuimos entonces yo y la casa y el árbol. El orfanato después. La hermana profesora velaba la burla ante mi explicación de los árboles que producen un líquido rojizo a causa de la greda en la lluvia.


 - Los árboles no sangran.

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© Protegido.


jueves, 6 de mayo de 2021

Albert Sans - El libro y el lector.

 

El libro y el lector.

 

 El hombre no sobreviviría a la noche. En otra luz le hallarían; el desconcierto del hábito mudado ascendería las escaleras junto a la superstición o su aprensión dispuesta a confirmarse. Frente a él, una página apenas descansaba sobre las otras, aleteada por la corriente de aire que conmovía además la llama en el candil; sólo sombras discontinuamente restaurando la respiración desde la cabeza derrumbaba sobre el pecho.

 

 Cuando el hombre alcanzó la estancia, ordenó subir el recipiente con aceite que descansaba sobre la mancha pintada en el alféizar del tragaluz. Crujía la mecha en el fuego; apenas el crepúsculo se anunció, a la vez completado y dando comienzo a los jirones, una mano desplazó un cristal. Detenido, embelleció el espejismo ribeteando los tejados de las casas, sus chimeneas resaltando la ausencia de bruma. Una inquietud sostenía su constante en el hombre en pie, apoyadas las manos a ambos lados del marco de madera; abajo, ya las esquinas impedían descifrar las siluetas. Desde allí, más pequeñas las manos sobre el alféizar, vigilaría la aparición de la figura de su madre derramándose sobre la piedra del pasaje. Nunca hubo regresado tras la puesta del sol; el niño solo dejaría de correr para recibirla, por los crujidos tras las pisadas desde las escaleras aún emplazado. La mujer entraba en el aposento y recibía la mirada buscada del hijo; desde su asiento, percibía cada vez el olor a madera quemándose en las ropas, albergado apenas estuvo tras los muros; vestía también un frío extrañado que inclinaba postponer las preguntas y que dejaba al alejarse junto a las respuestas. La puerta cerrándose agitaba los brazos del demon del fuego en aquel mismo candil y exponía que la penumbra de la estancia era un abandono del crepúsculo articulado. Los hijos honraron a la mujer en esa aparición, en la percepción de presente y de recuerdo. El espacio que ocupaba sus noches sería medido en esa substantividad. Sin diferenciaciones el espacio, uno. Donde la imagen de la permanencia era inasible, la impronta de la eternidad moderaba toda aprehensión. 

 

 Era la soledad imposible así. Imposturas el libro y el ventanal, sólo. Seducción de la distancia. Fetiche el medio, el material, agente o condición de adecuación. A la moral por la física. Su aparición comenzó en las palabras que les dieron relieve; en la sensibilidad se hicieron graves y el ánima precipitó en el nombre. Entonces el tacto, la mirada, devino espera y anticipación y el desengaño no fue en las nuevas esperas. Y era de este modo la soledad temida, no en la sospecha, mas en la certidumbre del mecanismo de la conjuración. 

 

 Los estertores siguieron a la somnolencia. Lo soñado fue el presente, su sincronicidad denunciando la memoria o tiempo. El castillo rodeado, los arcos que disparan las flechas con el fuego, las hachas que arrojan desde las troneras quienes entran, los soldados desplomándose en el foso. Los jinetes se aproximan desde el valle y están en la retaguardia de los rebeldes y las espadas degüellan desde atrás y empujan y arrastran a los soldados hasta los perros y los perros comienzan a devorarlos vivos y dan tirones a la carne y los aullidos de los hombres cesan y, muertos, los terminan de devorar. El juicio a los traidores y la traición, su padre de un lado y del otro y su cuerpo colgando del cuello y los meses de restauración y la paz. 

 

 Y el tiempo fue la llama y la madre.

 

 

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© Protegido.




 

lunes, 6 de abril de 2020

Albert Sans - La casa en el valle.


 Texto inédito del escritor Albert Sans, La casa en el valle.

 Publicado en el blog albertsansblog@wordpress.com con su expresa aprobación; promocionado por mí en este blog por su obvio desconocimiento.

 Y ya que estoy ...

Obras de Albert Sans aparecidas en bubok.es, español.free-e-books.net y lulu.com:

Los faros iluminaban
Andante moderato
Hostil 
George C. de Lantenac
Humedad y orín
Narración del tiempo
Cerrado
Corpus en exégesis trina